FÉRULA (fem. autoridad o poder despótico) MENTAL

Lo hablábamos con Fran hace ya unas semanas, como tantas otras veces en nuestras vidas, los paralelismos se pusieron en conjunción cual planetas en futuro sortilegio. Hemos tenido una jefa mujer y nuestra superior nos maltrató en el trabajo. Así de sencillo y así de complicado.
Faltas de respeto repetidas, desprecios, humillaciones, desdén y otros con posología superior a un medicamento; yo conté en un día hasta tres embestidas con gritos, aspavientos o levantando las manos a un palmo de mi cara… Y es que hay tanto en solo un gesto de repulsa, de arrogancia, de superioridad, que no es necesario hablar: obtener como respuesta un resoplido te deja claro dónde te están poniendo.
Si yo contestaba había más gritos, me recordaba señalando con el dedo que tenía que callar cuando ella hablaba, que ella no me tenía que escuchar, que no me permitiría ni una más. Las amenazas sutiles, y no tanto, disparaban a matar.
Como en un teatro salía a escena esa hipocresía hacia el cliente que se tornaba en crítica más tarde. A la vez había que tirar por tierra el lazo que yo iba tejiendo con los usuarios mostrándome como una inútil: parte de la agenda diaria. Si se terciaba y podía, intentaba poner en contra a sus trabajadoras poniendo en mi boca frases que ni pensé y menos pronuncié de mis compañeras. Recalcarme con desprecio y rabia desde el tercer día de trabajo en un sector nuevo, y hasta la última semana, que el despacho entero trabajaba para mí porque supuestamente yo no hacía mi trabajo.
Y a pesar de los últimos quince, veinte días con trato aún más crudo, empecé a tomar carrerilla, a digerir, a comprender, a crear automatismos, a adelantarme, a la confianza y la sonrisa del cliente. Cuadré caja otra tarde y descuadraron mis cuentas en una carta de despido. Creo que yo hacía la número nueve o diez, doce en año y medio largo.

Y hablamos y leo acerca de salud mental, de no permitir y de poner límites, y sí, de acuerdo en todo. Pero una vez que lo han hecho conmigo, ¿qué hago yo después para volver a ser yo? ¿qué pastilla tomo para convertirme en quien era antes de ese abuso de autoridad? ¿cómo me convenzo de que esas mentiras, inquinas, ataques, agravios, despotismos, no son reales y son solo el vómito de un de una podrida persona? ¿cómo vuelvo a ganar la confianza que me han arrancado en unas semanas sembrando discordia, cizaña, recelo, furia, indecencia, bochorno, ofensa…? Aunque tus mejores amigos, los de tu casa te digan que no hagas caso, eres piel, no teflón. Y tu impermeable está empapado de tanta recriminación continua.

No están locos, saben perfectamente utilizar los ingredientes para fabricar un veneno que verterán en ti las veces que les dé la gana, tergiversando, mintiendo, exagerando, dramatizando para calmar sus frustraciones, como seres desequilibrados que no saben lidiar con sus traumas, problemas, frentes y aprovechan su posición para apalear a otros como saco de boxeo.

La química ayuda a templar y no vivirlo tan intensamente para continuar. Respiras hondo, te escuchas, te acoges a tu quinta enmienda en una endodoncia mental, limpias tus conductos y te preguntas por qué lo has permitido, a menudo una hipoteca e hijos a cargo suele responderlo todo. En resumen ha sido una herida más y un recordatorio: merezco respeto, siempre.

En esta caída me asistió con mercromina una abogada buena (y mejor mujer) y me ha tendido la mano con dedicación casi de amiga. Fran como compañero de trinchera estuvo ahí habiendo sufrido el mismo fin solo una semana antes. Tengo alrededor unos cuantos ángeles que me recuerdan, por más que alguna maléfica insista en borrarme, que mis valores valen. 

No necesito brackets correctivos ni férulas para reconocer en mí la perfecta combinación de completos talentos e intenciones. En eso estamos, infección ya fuera, tranquilo corazón, tranquila cabecita, si escuece, cura. Todo acaba y todo llega. 

1 comentario

  1. No es una puerta que se cierra, es una celda que se abre.

    Las heridas quedarán en la mente y en el corazón, pero solapadas por el autoconvencimiento de que puedes, quieres y conseguirás ser valorada, respetada y pagada como mereces, como una gran profesional y mejor persona.

    Recuerda siempre, el último escalón de la mala suerte, es el primero de la buena.

Deja un comentario