NO ES LO QUE PADECE

Termina mi período de carencia química, el sopor en la pena. Empieza la cuenta atrás al teatro real, la tortura de los azotes, de una sexta plaga en el pecho. Ahora empezará a doler, aunque no haya un por qué. En adelante será bucear a pulmón, equilibrismo sin pértiga, cables pelados en manos mojadas, doble mortal sin red. El letargo acaba, empieza a girar el tiovivo sin dosis de biodramina.
Tengo miedo de mí, de ser un yo detestable y débil, de no saber ser valiente, de no poder ser sólida. De perder la serenidad, de ganar derrotas, de olvidar sonreír, de recordar la amargura. De desear estar al otro lado de la pastilla para continuar, de requerir una fórmula para fijar mis índices. De parecer una extraña a la que he sido estos últimos meses, de no reconocerme en el pellejo, desconocida en el espejo.
Me horroriza que no le guste mi tristeza, que no soporte mi encierro, que no entienda mis miedos y se pierda en mi fuga de mí. Que se ausente en mi cuerpo presente, que mis rejas no abran a tiempo a sus llaves, que no alcance a desbrozar mi cabeza de arbustos a quemar.
Me preocupa herirle con espinas afiladas a punta de chillidos sordos, de atacar con lenguaje bífido, de infringir un acuerdo sin papeles.
Me atormenta defraudar su arrojo, consumir su temple, encender su calma. Matar mi luz y mutar a una mujer distinta de la que se enamoró.

Cómo desearía ser la mitad de estable que la línea que marca la medicina mágica, llevar ese escudo que me hace invisible a ojos extraños, que concede el impermeable a lágrimas torrenciales, como una anestesia del desconsuelo. Solución en píldoras para el abrazo sintético y sin latido: protegida del pesar, para no pesar, para flotar agarrada al neumático. 

Así que, en mi síndrome de continencia, rezo con un mantra concebido en el infierno, invento afectos secundarios para abrazar mis titubeos, para lograr que se sientan queridos. Para convertir mi equilibrio oscilante en intrépido mástil. Quizá navegue más lúcida y encuentre una isla para aprender a vivir como náufraga de mi propia tormenta.